Capítulo VI: Transporte público
En Italia, como país de la Unión Europea que se precie tienen un servicio de transporte público. Además, como país de la Unión Europea que se precie esté servicio no está hecho a prueba de españoles.
Tú te subes a un autobús en España y el conductor se caga en la madre que te parió si no le pagas y te echa a patadas. Bueno, mejor dicho. Tú te subes a un autobús en España y el conductor te manda a tomar por detrás si no le pagas con un billete de cinco o monedas. Que cojones. Tú te subes a un autobús en España y el conductor reza para sí mismo algo así:
“mecagoentusmuelascodegenteysemforoslaculpaesdezapaterocagontó”.
Y luego te fulmina con su mirada cuando le pagas, aunque sea con la cantidad exacta y en distintas monedas para aumentar su bolsa de cambio. ¡Jo, como lo añoro!
En Italia, decía, no están acostumbrados a los españoles, que provenimos de un país donde la picaresca es aplaudida y celebrada con jolgorio (la culpa es de los Austrias) y nos aprovechamos en masa de esta circunstancia. Así que el conductor del autobús de turno se encarga únicamente de conducir. Increíble, pero cierto. Tú entras en el autobús y te sientas donde te venga en gana y el tío a lo suyo. Ni se inmuta. Ni insulta a otros conductores ni se caga en Berlusconi, y en Zapatero menos. Luego nos enteramos que de vez en cuando pasa un revisor como en el tren y te pide el billete, que en caso de no llevar te pone una buena multa. “Pero casi nunca pasa” decían unos. “Y con bajarse cuando sube basta” decían otros. “Entonces perfecto” dijimos nosotros.
Y una mierda perfecto…
Una linda mañana de lunes en la que no teníamos clase, el sol brillaba y los pájaros cantaban, por lo que decidimos ir a dar un bonito paseo al centro comercial en autobús. Ese maravilloso autobús en el que no teníamos que pagar porque el conductor iba a la suya y el revisor destacaba por su ausencia. Pero se ve que ese día no tenía ganas de quedarse en la cama y decidió ir a trabajar. La chica que va de acá para allá y yo nos pasamos el viaje embobados en el paisaje, comentando que cosas haríamos de comer durante la semana, cuando de repente todo el mundo se bajó del autobús.
¡Caspita, se han bajado todos! -Exclamé yo.
Les habrá dado un apretón comunal –Intervino La chica que va de acá para allá.
Billetes, por favor* –dijo una tercera voz desconocida.
Nos quedamos blancos que diría cierta comentarista habitual de este blog. La chica que va de acá para allá empezó a balbucear excusas en un idioma que parecía un híbrido de italiano y congolés. Yo me empecé a asustar porque no sabía que La chica que va de acá para sabía congolés. El revisor nos miraba con cara de indecisión. No sabía si ponernos una multa por infrigir las normas o si ponernos dos por ser además idiotas y no habernos bajado del autobús como todo el mundo. Y en ese momento. No sé porqué. Hubo una cosa que eché en falta más que nada desde que estoy aquí en Italia:
Un conductor que se cague en todo y en todos.
(*)En italiano en el original.