............Yo siempre he sido madrileño, más o menos desde que nací en La Paz. La gente normal suele descansar en paz cuando muere y los madrileños cuando nacen. Sin embargo, a los cinco años huí a Alicante y allí viví hasta que empecé Periodismo y regresé a la capital. Durante esa dulce estancia levantina, obtuve varias cosas. En primer lugar, el DNI que todo madrileño ansía: nacido en Madrid, residente en Alicante. En segundo lugar, un dominio considerable del valenciano que me ha servido, entre otras cosas de provecho, para ver Canal 9, donde los dibujos animados tienen mayor rigor que los informativos. Y, en tercer lugar, adquirí una capacidad de sorpresa que parece haber desaparecido en mi ciudad natal.
............Por eso, cuando volví todo me parecía fascinante. Pero lo que más llamó mi atención fue la capacidad de los madrileños para mostrarse indiferentes ante cualquier anomalía. Al principio creí que se trataba de la flema —qué asco de expresión— inglesa, que había contaminado a mis conciudadanos hasta el punto de ser incapaces de mostrar sus emociones. Pero enseguida caí en la cuenta de que simplemente habían perdido la capacidad de sorpresa a golpe de sorprenderse una y otra vez hasta saturarse.
............El metro es uno de los signos de identidad de Madrid y uno de los lugares más extraños que existen. Para empezar, cualquiera que se queje de que los españoles no leen, debería entrar en un vagón de metro. Hay auténticos problemas de espacio a causa del tamaño de algunos incunables. Cuando, para ser un poco cosmopolita, me uní al club de lectura subterránea, también me uní al club de los que miramos mal a los insolidarios y prepotentes "tapas-duras". ¿Dónde se creen que van, con sus lujosas, angulosas y punzantes ediciones? El caso es que todo esto nos lleva a una conclusión: o sólo lee la gente que va en metro, o todos los que leen en el metro en realidad no leen. Se esconden.
............Porque el metro es un buen lugar de observación. Un paraíso del fisonomista, aunque los hay que se pasan. Todavía recuerdo con temor un viaje en el que un inquietante señor con traje impecable y zapatillas deportivas —¿Emilio Aragón?— me miraba fijamente con ojos de muerto. Yo me guarecía en un ajado ejemplar de El retrato de Dorian Gray, pero cada dos por tres me asomaba para encontrarme con los ojos escalofriantes.
............Otro día, una amable señora se me acercó con cierta timidez y me dijo: "Tú le encantas a mi nieta". A mí tales noticias suelen alegrarme el día, pero en este caso me desconcertó, ya que desconocía por completo a mi sociable interlocutora. Así que, ante mi cara de extrañeza, la señora siguió: "Que sí, que sí. Cada vez que sales, va corriendo a verte". Yo ya no sabía si sentirme halagado o preocuparme por mi seguridad. Siempre he querido fans histéricas —me encanta cómo se desmayan, nadie se desmaya hoy en día—, pero más de una y con vallas de seguridad de por medio. El caso es que no salía de mi perplejidad. Seguramente, si hubiera sido un buen madrileño impasible, le hubiera dado las gracias y hubiera seguido haciendo como que leía, pero sólo pude articular un "Ah, ¿sí?". Y enseguida se aclaró el entuerto: "Claro, pero eres mucho más guapo que por la tele. Cuando se lo diga a mi nieta no se lo va a creer". Entonces, con todos los ojos del vagón fijos en mi anónima figura, le di las gracias a la señora y le dije que le diera muchos besos a su nieta de mi parte. ¿Mentira? Tal vez, pero ¿quién soy yo para quitarle la ilusión? Además, resultó curioso ver a mi compañeros de viaje escrutarme "disimuladamente" a ver si daban con quién era yo. Y yo no lo sé. No sé quién fui.
............En otra ocasión más cercana en el tiempo, estaba yo plácidamente sentado, haciendo como que leía, en uno de esos trenes nuevos que no tienen separación entre vagones. Era relativamente temprano —las doce de la mañana de un domingo— y no había mucha gente. Entonces, de repente oí gritos desgarradores que provenían del otro extremo del tren. Me asomé de forma que podía ver el pasillo y vi cómo se acercaba corriendo un tipo que vestía gabardina gris con ropa debajo, por fortuna. Realmente corría como si le fuera la vida en ello y se acercaba a una velocidad considerable. En consecuencia, me preparé para adoptar mi ya estudiada pose de madrileño impasible y dejar que el perturbado —otro símbolo estereotípico de identidad de Madrid— pasase a mi lado con la gabardina ondeando a modo de capa. Y así fue; siguió corriendo y gritó: "¡Este tren está maldito!". Y yo tan sólo levanté una ceja. Iba en la dirección adecuada.
............Para terminar, otra de las características del madrileño impasible es decir que no a todo. Esto se debe a que a lo largo del día te ofrecen cientos de miles de cosas que no te interesan lo más mínimo. Pero hace poco vi algo que me resultó exagerado. Salía del metro, intentando esquivar a una marea informe de gente con prisa —la gente con prisa pierde los rasgos, cosas de la velocidad— y vi a una mujer algo desorientada. Al pasar junto a ella, observé que había parado a un hombre-con-prisa. El diálogo es fascinante por absurdo y simple:
............Mujer: Perdone, ¿la calle Baeza, por favor?
............Por eso, cuando volví todo me parecía fascinante. Pero lo que más llamó mi atención fue la capacidad de los madrileños para mostrarse indiferentes ante cualquier anomalía. Al principio creí que se trataba de la flema —qué asco de expresión— inglesa, que había contaminado a mis conciudadanos hasta el punto de ser incapaces de mostrar sus emociones. Pero enseguida caí en la cuenta de que simplemente habían perdido la capacidad de sorpresa a golpe de sorprenderse una y otra vez hasta saturarse.
............El metro es uno de los signos de identidad de Madrid y uno de los lugares más extraños que existen. Para empezar, cualquiera que se queje de que los españoles no leen, debería entrar en un vagón de metro. Hay auténticos problemas de espacio a causa del tamaño de algunos incunables. Cuando, para ser un poco cosmopolita, me uní al club de lectura subterránea, también me uní al club de los que miramos mal a los insolidarios y prepotentes "tapas-duras". ¿Dónde se creen que van, con sus lujosas, angulosas y punzantes ediciones? El caso es que todo esto nos lleva a una conclusión: o sólo lee la gente que va en metro, o todos los que leen en el metro en realidad no leen. Se esconden.
............Porque el metro es un buen lugar de observación. Un paraíso del fisonomista, aunque los hay que se pasan. Todavía recuerdo con temor un viaje en el que un inquietante señor con traje impecable y zapatillas deportivas —¿Emilio Aragón?— me miraba fijamente con ojos de muerto. Yo me guarecía en un ajado ejemplar de El retrato de Dorian Gray, pero cada dos por tres me asomaba para encontrarme con los ojos escalofriantes.
............Otro día, una amable señora se me acercó con cierta timidez y me dijo: "Tú le encantas a mi nieta". A mí tales noticias suelen alegrarme el día, pero en este caso me desconcertó, ya que desconocía por completo a mi sociable interlocutora. Así que, ante mi cara de extrañeza, la señora siguió: "Que sí, que sí. Cada vez que sales, va corriendo a verte". Yo ya no sabía si sentirme halagado o preocuparme por mi seguridad. Siempre he querido fans histéricas —me encanta cómo se desmayan, nadie se desmaya hoy en día—, pero más de una y con vallas de seguridad de por medio. El caso es que no salía de mi perplejidad. Seguramente, si hubiera sido un buen madrileño impasible, le hubiera dado las gracias y hubiera seguido haciendo como que leía, pero sólo pude articular un "Ah, ¿sí?". Y enseguida se aclaró el entuerto: "Claro, pero eres mucho más guapo que por la tele. Cuando se lo diga a mi nieta no se lo va a creer". Entonces, con todos los ojos del vagón fijos en mi anónima figura, le di las gracias a la señora y le dije que le diera muchos besos a su nieta de mi parte. ¿Mentira? Tal vez, pero ¿quién soy yo para quitarle la ilusión? Además, resultó curioso ver a mi compañeros de viaje escrutarme "disimuladamente" a ver si daban con quién era yo. Y yo no lo sé. No sé quién fui.
............En otra ocasión más cercana en el tiempo, estaba yo plácidamente sentado, haciendo como que leía, en uno de esos trenes nuevos que no tienen separación entre vagones. Era relativamente temprano —las doce de la mañana de un domingo— y no había mucha gente. Entonces, de repente oí gritos desgarradores que provenían del otro extremo del tren. Me asomé de forma que podía ver el pasillo y vi cómo se acercaba corriendo un tipo que vestía gabardina gris con ropa debajo, por fortuna. Realmente corría como si le fuera la vida en ello y se acercaba a una velocidad considerable. En consecuencia, me preparé para adoptar mi ya estudiada pose de madrileño impasible y dejar que el perturbado —otro símbolo estereotípico de identidad de Madrid— pasase a mi lado con la gabardina ondeando a modo de capa. Y así fue; siguió corriendo y gritó: "¡Este tren está maldito!". Y yo tan sólo levanté una ceja. Iba en la dirección adecuada.
............Para terminar, otra de las características del madrileño impasible es decir que no a todo. Esto se debe a que a lo largo del día te ofrecen cientos de miles de cosas que no te interesan lo más mínimo. Pero hace poco vi algo que me resultó exagerado. Salía del metro, intentando esquivar a una marea informe de gente con prisa —la gente con prisa pierde los rasgos, cosas de la velocidad— y vi a una mujer algo desorientada. Al pasar junto a ella, observé que había parado a un hombre-con-prisa. El diálogo es fascinante por absurdo y simple:
............Mujer: Perdone, ¿la calle Baeza, por favor?
............Hombre-con-prisa: No.
............Pero, "no", ¿qué? ¿No sé dónde está? ¿No gracias, no quiero una calle Baeza? ¿No, lo siento, no soy la calle Baeza? ¿No a qué? No a todo.
............Pero, "no", ¿qué? ¿No sé dónde está? ¿No gracias, no quiero una calle Baeza? ¿No, lo siento, no soy la calle Baeza? ¿No a qué? No a todo.
8 comentarios:
¡Bienvenido!
Benvingut!
Welcome!
Wïlkommen!
Benvenuto!
Y ahora en serio. No entiendo como los madrileños no se sorprenden cada vez que ven el anuncio luminoso de e Swcheppes de la Gran Vía. ¡Santiago Seguro estuvo colgado de ese sitio!
¡Yo me pido ser una de las fans de este señor, que hace muchas risas! No soy mucho de desmayarme ni de gritar, pero puedo mirarle fijamente con cara de mónguer hasta que se sienta incómodo. Por lo demás, a mí lo único que me molesta de los madrileños es que me den cabezazos y digan "¡Pene!" cada dos o tres minutos. Un saludo si lees esto, Pablo.
Incluso dicen: 'Puta'. Otro saludo si también lees esto Pablo. Digooo...Putolabis.
Hola, chicos. Muchas gracias por la bienvenida. Es un placer estar con vosotros y con la gripe A. Espero no contagiarosla y poco a poco me haré a las tabulaciones... Me dan miedo las tabulaciones.
Un abrazo.
Cabróne... estooo cabrón. No se vaya a enfadar la señorita. Pues sí, así es el metro y muchas otras cosas, como el para poder salir de los vagones, o dejas que entre la gente, o les das empujones, o pones cara de mala leche y enseguida te abren paso para que salgas xDDDD. Y no exagero!! Es verdad!! Me pasa todos los días. :P. Y bienvenido al club de los cabras locas. xDDD
Perdón, se me olvidaba. PENE!!!!!
y dius que en canal 9 parlen valencià?
...
Me ha gustado mucho tu entrada, espero seguir leyéndote.
Moltes gràcies. Bé, en canal 9 parlen el valencià de canal 9. Pero els dibuixos molen molt...
Me alegro de que te haya gustado. Espero que sigas leyéndome.
Saludos.
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