CAPITULO VII: Vecinos Quejicas
Cuando nos encontrábamos en España La chica que va de acá para allá solía quejarse del ruido ambiental que con frecuencia atormentaba su estudio. Unas veces eran sus compañeras de piso: la que tenía puesto el hardcore a todas horas, la que se traía a todos sus colegas poligoneros para que no tuvieran que esnifar cocaína en la calle (animalicos, seguro que en la calle el subidón no era tan gordo por aquello del frío y tal), la que de vez en cuando se tomaba todas las pastillas que el psiquiatra le había mandado para llamar la atención y de paso a Urgencias a las cuatro de la mañana, o la que la llamaba su novio todas las mañanas para despertarla a eso de las ocho y cuarto con una estridente canción (esta ha sido de las mejores, la verdad). Otras veces eran los vecinos: las chinas del piso de arriba que andaban con tacones a las tres de la mañana en lo que sospechábamos era un burdel, la pareja folladora (mítica y añorada, era como tener un canal gratis de porno casero) o las innumerables obras y reformas a las que era sometida semana si, semana también la calle del piso de La chica que va de acá para allá, que ante este trajín continuo hizo acopio de un lema que para colmo y paradoja no nos hacía saber a susurros:
¡ESTOY HASTA LAS NARICES DE TANTO RUIDO!
Y entonces aprendió que hay más lágrimas derramadas por las plegarias atendidas que por las no atendidas. Su deseo se hizo realidad. Hasta tal punto que le da ‘cosica’ quedarse sola en nuestro maravilloso loft italiano de 55 metros cuadrados porque no se oye ni un alma.
Supongo que será cosa de vivir en el norte de Italia y que en el sur, más mediterráneos, resuelven los problemas como hay que resolverse: a gritos, pero nuestros vecinos han desarrollado un maravilloso sistema de discusión que no afecta al oido: mediante notitas en el panel comunitario del rellano principal. ¡Toma ya!
Os pongo un ejemplo:
El vecino del 2ºA está harto de que el vecino del 3ºB deje el coche en la entrada impidiendo el paso para salir con la bicicleta. Pues deja una notita.
A su vez, el vecino del 1ºC está harto de que alguien ‘que todos sabemos quien es ‘ deje huellas en el suelo por no limpiarse los pies en la alfombra los días de lluvia. Pues deja una notita.
Mientras tanto el vecino del 3ºB, el del coche, contesta al vecino del 2ºA, en su notita, por rayarle el coche y se empieza a cagar en la familia política del vecino del 1ºB por no cerrar la portería interna, pudiendo así entrar cualquiera al edificio.
El vecino del 1ºB arremete contra el vecino del 2ºB por poner la lavadora y el lavavajillas después de las 8 de la noche (esto es el norte de Italia, acordaros) y contra la vecina del 3ºA por salir con tacones antes de las 7.30 de la mañana y volver a casa con los tacones después de las 10 de la noche.
Al final las notitas están llenas de insultos en italiano y comentarios sarcásticos acerca de la inteligencia de unos y de otros. Los coches siguen aparcándose impidiendo el paso, la portería interna sigue quedándose abierta, los lavavajillas funcionan después de las ocho y los tacones se oyen antes de las siete y media de la mañana. O eso dicen. Porque estos italianos se quejan de nada y no saben lo que es vivir en un vecindario ruidoso. Porque yo me he leído sin ningún problema La Conjura De Los Necios cada noche y no he oído nada de eso que dicen que tanto les molesta.
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