............Siempre recordaré los veranos de mi infancia con especial cariño. Durante los inviernos, yo era una especie de señorito redicho y cargante que vestía mocasines y se peinaba con raya. Siempre asistía puntual al colegio, donde no jugaba al fútbol —qué cosa de bárbaros— ni me arrastraba por la tierra. Es decir, era una personita que daba bastante grima.
............Sin embargo, en verano, me cortaban el pelo tanto que no había posibilidad de raya y cambiaba mis mocasines burdeos por unas Victoria con agujeros. Esta transformación tenía lugar en el chalet de mis abuelos, junto a la playa de San Juan (Alicante), cuanto todavía existían descampados en lugar de edificios de dudoso gusto y aún más dudosa legalidad.
............El chalet se edificó en una pequeña colonia que combina casas con edificios bajos. Me parece mentira haber vivido una época en que las puertas de las casas estaban abiertas y las calles eran de tierra, sin farolas, y algunas con acequias bordeándolas. En ese encantador oasis tercermundista y, más concretamente, en los enormes descampados, tenía lugar mi glorioso proceso de asalvajamiento.
............Éramos pocos y nos conocíamos todos. Los odios, las filias y las rivalidades se acrecentaban hasta extremos peligrosos. Yo siempre tenía la mejor bicicleta, que para eso mi abuelo regentaba una tienda de bicis —si es que eso se puede regentar—. Y además solía cambiarla todos los años, porque, durante el invierno, aquel sitio donde siempre era jornada de puertas abiertas se convertía en el autoservicio de los gitanos de un poblado cercano. Supongo que las puertas cerradas son más tentadoras y mi bici un caramelo, una vez forzadas.
............Así que andábamos haciendo el animal por los descampados. Yo, sin camiseta, con mi BH California. Otros se atrevían a dar saltos, yo temía mi torpeza. Hasta un día. Ese día, una chica preciosa había ido al pequeño circuito de trial y yo había quedado con una especie de extraño chulo atérmico que llevaba cazadora en agosto a las cuatro de la tarde. El chulo atérmico sí saltaba y yo no quería ser menos —todas las hostias de mi vida han sido por impresionar a mujeres—. Tomé carrerilla con mi preciosa bicicleta azul y blanca y salté por el montículo a casi dos metros del suelo. Por desgracia, no se me ocurrió que tal vez fuera conveniente ponerme de pie sobre los pedales para amortiguar el aterrizaje.
............En efecto, aterricé sentado en una bici sin amortiguación desde casi dos metros de altura. A mis ocho años, los huevos debieron alcanzarme la campañilla, aunque no la oí sonar como en esas atracciones de feria. Aquí no hubo martillo, ni pesa, ni lucecitas, ni ding-dong ni, desde luego, premio. Sólo hubo un doloroso y silencioso sillín de plástico partiendo mi virilidad por la mitad, cortándome la respiración y haciéndome saltar las lágrimas.
............El caso es que, desde fuera, el salto pareció impecable. Y además sin ponerme de pie, con esa chulería de la que sólo pueden hacer gala los eunucos campeones de trial —que son numerosísimos—. Incapaz de dar un pedaleo, llegué por inercia ante la chica en cuestión, que me aguardaba junto al chulo atérmico. Ella me dijo: “Ha sido increíble”, y él me miró con cierta rabia. Yo asentí con indiferencia, miré el reloj mientras el llanto me golpeaba la garganta y acerté a decir sin darme importancia: “Son las cinco. He quedado, os veo luego”.
............Salí corriendo y, nada más darles la espalda, brotó el torrente de lágrimas contenidas como una inmensa pantanada. Y sentí el dolor agudo y punzante que aún atenazaba mi cuerpo y me impedía pedalear con fuerza. Cualquier espectador desinformado hubiera considerado que, tras el elegante vuelo, me marchaba indiferente a velocidad moderada, disfrutando del paisaje y de la brisa de Levante. Pero en aquel momento aprendí algo que se ha cumplido el resto de mi vida: aunque parezca que todo ha salido perfecto, las mujeres siempre me causarán llanto y dolor de huevos.
............Y aun así, volvería a saltar una y mil veces.
............Sin embargo, en verano, me cortaban el pelo tanto que no había posibilidad de raya y cambiaba mis mocasines burdeos por unas Victoria con agujeros. Esta transformación tenía lugar en el chalet de mis abuelos, junto a la playa de San Juan (Alicante), cuanto todavía existían descampados en lugar de edificios de dudoso gusto y aún más dudosa legalidad.
............El chalet se edificó en una pequeña colonia que combina casas con edificios bajos. Me parece mentira haber vivido una época en que las puertas de las casas estaban abiertas y las calles eran de tierra, sin farolas, y algunas con acequias bordeándolas. En ese encantador oasis tercermundista y, más concretamente, en los enormes descampados, tenía lugar mi glorioso proceso de asalvajamiento.
............Éramos pocos y nos conocíamos todos. Los odios, las filias y las rivalidades se acrecentaban hasta extremos peligrosos. Yo siempre tenía la mejor bicicleta, que para eso mi abuelo regentaba una tienda de bicis —si es que eso se puede regentar—. Y además solía cambiarla todos los años, porque, durante el invierno, aquel sitio donde siempre era jornada de puertas abiertas se convertía en el autoservicio de los gitanos de un poblado cercano. Supongo que las puertas cerradas son más tentadoras y mi bici un caramelo, una vez forzadas.
............Así que andábamos haciendo el animal por los descampados. Yo, sin camiseta, con mi BH California. Otros se atrevían a dar saltos, yo temía mi torpeza. Hasta un día. Ese día, una chica preciosa había ido al pequeño circuito de trial y yo había quedado con una especie de extraño chulo atérmico que llevaba cazadora en agosto a las cuatro de la tarde. El chulo atérmico sí saltaba y yo no quería ser menos —todas las hostias de mi vida han sido por impresionar a mujeres—. Tomé carrerilla con mi preciosa bicicleta azul y blanca y salté por el montículo a casi dos metros del suelo. Por desgracia, no se me ocurrió que tal vez fuera conveniente ponerme de pie sobre los pedales para amortiguar el aterrizaje.
............En efecto, aterricé sentado en una bici sin amortiguación desde casi dos metros de altura. A mis ocho años, los huevos debieron alcanzarme la campañilla, aunque no la oí sonar como en esas atracciones de feria. Aquí no hubo martillo, ni pesa, ni lucecitas, ni ding-dong ni, desde luego, premio. Sólo hubo un doloroso y silencioso sillín de plástico partiendo mi virilidad por la mitad, cortándome la respiración y haciéndome saltar las lágrimas.
............El caso es que, desde fuera, el salto pareció impecable. Y además sin ponerme de pie, con esa chulería de la que sólo pueden hacer gala los eunucos campeones de trial —que son numerosísimos—. Incapaz de dar un pedaleo, llegué por inercia ante la chica en cuestión, que me aguardaba junto al chulo atérmico. Ella me dijo: “Ha sido increíble”, y él me miró con cierta rabia. Yo asentí con indiferencia, miré el reloj mientras el llanto me golpeaba la garganta y acerté a decir sin darme importancia: “Son las cinco. He quedado, os veo luego”.
............Salí corriendo y, nada más darles la espalda, brotó el torrente de lágrimas contenidas como una inmensa pantanada. Y sentí el dolor agudo y punzante que aún atenazaba mi cuerpo y me impedía pedalear con fuerza. Cualquier espectador desinformado hubiera considerado que, tras el elegante vuelo, me marchaba indiferente a velocidad moderada, disfrutando del paisaje y de la brisa de Levante. Pero en aquel momento aprendí algo que se ha cumplido el resto de mi vida: aunque parezca que todo ha salido perfecto, las mujeres siempre me causarán llanto y dolor de huevos.
............Y aun así, volvería a saltar una y mil veces.
8 comentarios:
La unión de los conceptos 'mujer' y 'dolor de huevos' es tan universal como McDonald's o las ganas de lanzarle un zapato a ciertos políticos.
En cuanto al propio golpe, voy a tomarme ibuprofeno, que me duele sólo de pensarlo.
César
El ibuprofeno se queda corto. Cómo dolió... jajaja.
Qué chuli.
Me siento identificada, no con lo del dolor de huevos, ni con lo de tratar de impresionar a una chica, ni con lo de tener amigos. Mi familia también tiene una casita en [actual] zona de veraneo, de las primeras que se construyeron allí, con paredes de arena y cartón. Está cerca de la playa, pero no obscenamente cerca, hay que andar un poco. Lo bueno es que aún hoy seguimos dejando la puerta abierta de par en par, sea verano o invierno, hasta que nos vamos a dormir (a veces ni eso, la del patio se queda abierta). Lo malo es que también se han cargado los descampados, para edificar adosados horrorosos, y ya no podemos jueguear en la calle; no pasan muchos coches, pero la probabilidad de empotrar algo (incluida tu propia persona) contra alguno de los millones de coches aparcados diariamente delante de casa es del 100%.
Y...¿sabes qué? la culpa de todo la tienen los madrileños. Vienen cada verano en manadas, pavoneándose, cargándose nuestros descampados y abarrotando nuestras calles con BMWs, comiéndose a nuestras mujeres y follándose nuestro ganado. Si hay algo que odie más que a los manchegos y a los de Torrellano, que por no tener no tienen ni gentilicio, es a los madrileños. No los soporto, no puedo con ellos. ¿De dónde decías que eras tú, a todo esto?
Espero conocerte algún día, intuyo que seremos buenos amigos. Besitos.
PD: Estoy comentando bajo los efectos de una droga legal. GRASIAS.
¡Arrea! Si yo siempre he dicho que soy manchego de nacimiento, ilicitano de adopción y madrileño de corazón..., y tú odias todo eso... ¡Soy tu némesis!
¡Voto a bríos! ¡Me siento como Elijah Price!
¿Necesitaré una silla de ruedas?
César
PD.- Estoy comentando bajo los efectos de una tontería que debería ser ilegal.
Jajaja... Gracias por tu comentario, Rosawn. Nosotros la puerta del chalet la seguimos dejando abierta todo el día, a ver si roban el reloj de pared más feo del mundo, que tenemos el orgullo de poseer.
Por cierto, en unos días me vuelvo a Alicante a pasar las navidades. Mira a ver donde puedo cambiar mi Citroën por un BMW de esos que llevamos los madrileños.
Besos.
Debería odiarte, pero no puedo odiar a alguien que posee el reloj de pared más feo del mundo. Yo poseo varios de los relojes más horteras, cutres, inservibles y ridículos del mundo; esto es debido a que mi abuelo es el mayor importador a nivel doméstico de relojes de pared del "Todo a 1 Euro".
Que tú tengas una de estas piezas de arte en tu poder sólo significa que eres de buena familia, y por tanto, por mi parte eres bienvenido. Eso sí, promete no comerte a nuestras mujeres ni violar nuestro ganado.
Gracias.
Gracias por tu consideración, Rosawn.
Tendré que cambiar mi escala de valores, pero intentaré no comerme a ninguna mujer ni violar más ganado. He oido que fuera de Madrid se hace al revés. Trataré de amoldarme a vuestras extrañas costumbres de provincianos.
De nada.
Torrellaneros, los de Torrellano nos llamamos torrellaneros, so inculta.
:)
Saludos!
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