lunes, 21 de diciembre de 2009

Mis veranos salvajes (II)

............En el chalet de mis abuelos está el reloj de pared más feo del mundo. Y esto no es un juicio de valor, sino una afirmación objetiva contrastable por cualquier universidad sita en Massachusetts. Bajo su carcasa de plástico dorado, flanqueada por dos columnas salomónicas, se esconde la precisa maquinaria japonesa que regía mi rutina estival. Cada vez que las terribles agujas retorcidas marcaban una hora en punto, una melodía electrónica inundaba el aire, haciéndolo irrespirable.
............Cuando mis oídos reconocían la melodía que indicaba las cinco de la tarde, abandonaba los muros de la parcela y corría en libertad por las polvorientas calles, lejos del esperpento cronométrico. Allí me esperaban los desheredados de la playa, entre los cuales tenía el honor de contarme. Lindando con la parcela del chalet, se abría entre los descampados un barranco considerable que finalizaba en el mar y en cuyas profundidades pasábamos las horas.
............Aquel verano descubrimos el placer por la velocidad, gracias a la utilización de objetos de desecho —también conocidos como 'basura'— como vehículo experimental. Los materiales fueron diversos, pero la forma de conseguir velocidad variaba poco y se basaba en los principios físicos que sustentan la ley de la gravedad. Es decir, nos tirábamos ladera abajo.
............Sin embargo, como ya he advertido, la evolución de los medios de transporte progresó con rapidez. De las primeras persianas de plástico que se deshacían al primer golpe de piedra, pasamos a los mullidos colchones mugrientos, que nos proporcionaban estabilidad y buena amortiguación. No obstante, queríamos mejorar la sujeción y lograr un descenso controlado y no tardamos en lograrlo.
............El control del descenso partía de la posibilidad de utilizar una escalera de desagüe bien delimitada por muros de hormigón. Y la sujeción y protección nos las proporcionaba una enorme nevera desprovista de puerta. Resultó que la nevera encajaba a la perfección entre los dos muretes de la escalera, tenía la rigidez necesaria para soportar los golpes al finalizar cada escalón y podía albergar a dos ocupantes gracias a una perfecta ergonomía.
............El plan no tenía fisuras. Además, en aras de la seguridad, atamos el extremo de una cuerda a la nevera y el otro a la celosía de la valla de un chalet cercano. Mientras dos afortunados disfrutaban del descenso, otros dos, con las manos enguantadas, iban frenando progresivamente el ingenio hasta detenerlo suavemente al final de la escalera. Debo señalar que el final de la escalera consistía en un talud de unos seis metros de altura que terminaba en el fondo del barranco. Aunque esta distancia se suavizaba gracias a que los vecinos eran bastante cerdos y tiraban desde el talud todos los restos de la poda de sus casas.
............Los primeros en probarlo fuimos el chulo atérmico, con su cazadora de cuero, y yo. El viaje fue un éxito: rápido, emocionante y “seguro”. Además, cuando el abismo se abría al final de las escaleras y el cosquilleo de la muerte te rondaba la nuca, enseguida notabas cómo se tensaba la cuerda y te detenías sin mayor contratiempo.
............Pero, tras una tarde de viajes en nevera, una enorme figura se recortó en el horizonte. A contraluz, sobre el sol naranja, distinguimos la silueta circular de un tipo al que conocíamos como “Calabazo” por su similitud física con el vegetal aludido. Él, de la misma edad que nosotros —unos ocho años— se enorgullecía de su apodo y hacía de su corpulencia una materialización del poder que ostentaba. No dijo nada. Sólo miró la nevera y nos miró a nosotros. Después, se subió.
............La nevera se balanceaba y crujía al borde del escalón. El chulo atérmico y yo nos miramos con gravedad mientras cogíamos la cuerda con fuerza. Otros dos amigos empujaron la nevera y el enorme leviatán bajó a una velocidad endiablada. La cuerda se deslizaba entre nuestros guantes sin que pudiéramos frenarla de ninguna manera. Cuando empezó a salir humo, supimos que no podríamos hacer nada y abrimos las manos, confiando en que el anclaje a la celosía sería suficiente. Pero no lo fue.
............Calabazo llegó la final de la escalera y la cuerda se tensó hasta el límite. Era fuerte, no se partió. Al contrario, entre la cabeza del chulo atérmico y la mía silbó el ladrillo arrancado de la celosía y siguió la suerte de la nevera. Calabazo aterrizó de bruces sobre la montaña de rastrojos y la nevera le cayó encima como un extraño sarcófago sideral. Desde debajo surgía un llanto desconsolado. Aquel día habían tirado una veintena de rosales moribundos.
............Entonces aprendí algo que me ha servido el resto de mi vida: unas rosas y un agradable paseo en descapotable pueden ablandar a la persona más insensible.

11 comentarios:

Josef dijo...

Lo tuyo es el Jackass, compañero.

Nacho Carratalá dijo...

Jackass con moraleja... Ojalá tuviera ahora el valor para subirme a una nevera y despeñarme por un barranco. No sé muy bien qué hago vivo, con las tonterías que he hecho y lo mucho que molesto.

Saludos, compi.

Rosawn dijo...

Qué coincidencia más chuli. Yo también me reí ayer, y también me hacía mucha falta. Y hoy, hoy también me hará falta. Volveré a leerme unas cuantas veces la parte en que 'Calabazo' se convierte en 'Calabozo'...
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Ésta es una de esas veces en que el "chiste" debería haberse quedado en mi cabeza, lo noto.

Y anímate, hombre. Si la Navidad es muy divertida: la gente se ofende el doble de lo normal si no finges que te interesa su vida. Pruébalo. Risas.

Nacho Carratalá dijo...

Gracias Rosawn. No te preocupes por el chiste, hacíamos la misma broma sobre Calabazo. De hecho es refrescante volver a oirlo.

Intentaré seguir tu consejo maquiavélico-navideño.

Otras tantas risas.

Shiro dijo...

jackass a lo mini xD, muy bueno. Nosotros en alicante teníamos a un chaval, que tenía tantas chichas, que el tatuaje que se hizo en la paletilla, se deformaba y casi no se distinguía. Seguro que César se acuerda del nombre del chaval, porque a mi se me ha olvidado. Eso sí, nunca se nos olvidará el día que se apoyó en un árbol y lo dobló xDDDD.

PD: Lo del árbol es verídico, no es coña.

Nacho Carratalá dijo...

Gracias. Ya se sabe: a quien buen árbol se arrima...

¡Saludos!

César dijo...

Con una sutileza sin parangón, se le llamaba "Jumanji". Y como uno también es de lo más sutil, debo comentar que siempre que veo la escena de 'Astérix, el galo' en la que Obélix salta a una piscina y la deja vacía, me acuerdo de él y de cuando causaba maremotos haciendo lo mismo.
Creo que a día de hoy cumple condena por tráfico de drogas. Supongo que se las escondería entre las chichas para cruzar las aduanas. Así que, si queréis, puedo reclutarlo para el blog cuando salga del trullo. Sería uno de nuestros pesos pesados... ¡Y basta ya de chistes de gordos!

César

César dijo...

Corrígeme Josef y me indica que la escena es de la película 'Astérix y la sorpresa del César'..., pero para sorpresa la que nos llevamos las víctimas de los maremotos de Jumanji, que nadábamos tranquilamente al estilo perrito en la piscina y, al momento, visto y no visto, acabamos bajo las sobrillas del césped, con la cara dentro de sus respectivos ceniceros, arrastrados por el oleaje... ¡Ya está, y no hago ningún chiste más! ¡Que alguien me ate y me amordace! Y por si lo dudas, Rosawn, no, no es ningua invitación a algún tipo de prácticas depravadas.

César

Josef dijo...

Venga va. El último:

-Estás gorda.
-Sí. Como una tapia.


pppffff...jiji....j0as, j0as.

En fin. Ya está.

Shiro dijo...

Eso jumanji...qué recuerdos...pero la segunda mole y del que nunca se nos olvidará su nombre.. era.. Borja!!! aaaarghh!!!!

PD: tendrás que contar alguna anécdota de él César....

Rosawn dijo...

Debo de haber hecho algo mal en la vida si cada vez que alguien habla de caca, gases, parafilias raras o gordos se me invoca.

¿Entre los más buscados?

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