jueves, 28 de octubre de 2010

En el jardín de los Finzi-Contini

CAPÍTULO V: Los bancos

En Italia hay bancos y cajas de ahorros. Esto no es muy diferente a España, la verdad. Y también tienen la culpa de la crisis. Esto, pese a las particularidades italianas, también es igual que en todo el mundo. La primera vez que fuimos a un banco en Italia fue para ingresar el alquiler al propietario de nuestro piso (que es más joven y friki que yo). El cajero era un hombre de unos cincuenta años. Se estarán imaginando ustedes, queridos lectores, a un hombre tal que así. Nada más lejos de la realidad. Era un tipo con el pelo canoso a lo afro y la piel más morena que la de Beyoncè. Un pendiente de brillantito; collar, pulsera, anillos y reloj de oro. Camisa desabrochada y gustaba de terminar sus frases diciéndole ‘bella’ a La chica que va de acá de para allá. Vamos, que el tipo parecía un compañero de correrías de este otro. La chica que va de acá para allá decidió que la próxima vez buscaríamos otro banco donde pagar el alquiler. No sé porqué, la verdad.

Así que nos informamos y por fin encontramos una entidad donde podíamos abrir una cuenta en la que nuestros padres nos depositaran el dinero sin sufrir esos sablazos bancarios llamados comúnmente comisiones. Pero claro, estaba el inconveniente de que teníamos que firmar como un montón de papeles. Afortunadamente La chica que va de acá para allá se ofreció para ser ella quien diera sus datos y estar fichada por si la policia la requería

La chica que va de acá para allá (LCQVDAPA): ¡Y una mierda!

Ejem,… sigo. El otro inconveniente de abrirnos la cuenta en esa entidad era que la mujer que nos atendió tenia más bigote que Schuster (y por esta vez, no estoy exagerando). La chica que va de acá para allá y yo nos quedamos anonadados:

Mujer Del Banco Con Bigote (MDBCB): Firme aquí*.

LCQVDAPA: Joder, vaya mostacho.

MDBCB: Ahora firme aquí*.

Josef: Es imposible que nadie le haya dicho nada todavía. Debe tenerlo hace años.

MDBCB: Firme aquí también:*

LCQVDAPA: No puedo dejar de mirarlo. Es hipnótico.

MDBCB: Por último, firme aquí*.

Josef: Me recuerda a mi padre de joven, cuando tenía pelo y bigote.

(*)En italiano en el original.

miércoles, 13 de octubre de 2010

En el jardín de los Finzi-Contini

Capítulo IV: La burocracia italiana

Una vez instalados en Ferrara y con transporte asegurado, tuvimos que resolver distintos problemas de despachos. El más elemental de todos era el ‘codice fiscale (una especie de empadronamiento que el gobierno italiano exige para tener controlado quien vive en sus fronteras. Se pide para firmar cualquier tipo de contrato). que amablemente nuestro casero –su madre mediante- nos resolvió por ser demasiado fatigoso para unos recién llegados a Italia. No obstante este no era el único paso burocrático que nos tocaba dar. La chica que va de acá para allá debe vacunarse mensualmente para poder sobrevivir al estrés de compartir piso conmigo y necesitaba de alguien capacitado de forma oficial. Algo así como un médico o un enfermero, imagino.

Así pues nos fuimos al hospital de Ferrara a ver quien era el guapo que se atrevía pinchar a La chica que va de acá para allá. Cuando entramos en el vestíbulo nos quedamos con la boca abierta:

La Chica Que Va De Acá Para Allá: Madre mía, parece un museo.

Josef: Es que los italianos tienen un terrible necesidad de hacer de cualquier cosa algo monumental. El otro día entré en el baño de la facultad y tenía una bóveda de cañón con casetones y pilastras adosadas. Todo esto rematado con altorrelieves barrocos, claro.

Sin embargo cuando pasamos del vestíbulo la impresión fue distinta. Como que toda esa famosa monumentalidad italiana se borraba:

Josef: Por dios, si parece un búnker de la Segunda Guerra Mundial.

LCQVDAPA: O de la primera…

Fuimos a la oficina de servicio al público que nos mandó al jefe de enfermeros que nos mandó a la oficina central que nos mandaron a la torre más alta del castillo más oculto de la montaña más lejana. Así es la burocracia italiana. Pretenden prever cada situación posible por lo que te piden hacer mucho papeleo. No quieren que nada quede al azar. Y para todo ello tienen un sinfín de departamentos, comúnmente descoordinados que no se conocen entre ellos y no se aclaran. Unos te dicen: si, este papel vale y otros te dicen que ese papel no te vale ni para limpiarte los mocos.

El caso es que esa bonita mañana de septiembre en la que buscábamos alguien capacitado para ponerle la vacuna a La chica que va de acá para allá comenzaba a parecerse a esa prueba que mis adorados Astérix y Obélix tuvieron que sufrir en sus particulares Doce Pruebas (escena que tanto gusta César Noragueda). Así que para superar nosotros tan difícil prueba tuvimos que hacer como los héroes galos. No dejarnos marear y marear nosotros a los burócratas del imperio romano, en este caso, italiano. Todo fue fruto del famoso furor impulsivo de La chica que va de acá para allá, que ya me imaginaba a mi poniéndole la vacuna sin mucho tino. Harta de buscar formularios imposibles comenzó a perseguir a cada funcionario que se le cruzaba hasta que le daban una solución válida. Y así a golpe de furia y de grito, consiguió un flamante médico de cabecera al que acudir para ponerse la vacuna y cuando estemos malitos.

Veremos si para verle no nos exige el vellocino de oro.

sábado, 2 de octubre de 2010

En el jardín de los Finzi-Contini

Capítulo III: Las bicicletas no solo son para el verano

Cuando llegas a Ferrara desde el sureste de España te das cuenta de dos cosas: que la naturaleza puede ser verde y que hay más bicicletas que coches. No en vano, cuando se llega a esta ciudad por carretera hay un cartel que dice: Ferrara, ciudad de las bicicletas. La chica que va de acá para allá y yo nos pasamos los primeros días comprando cosas necesarias para comer y para hacer nuestra vida medianamente cómoda, como por ejemplo la nutella (imprescindible en Italia). Mientras tanto la colonia de estudiantes españoles Erasmus en Ferrara iba entendiendo también dos cosas: la primera, que aquí se necesita una bicicleta para moverse. Y la segunda, que nadie compra una bicicleta. Ejem, nadie compra una bicicleta de tercera mano, claro. Lo curioso es que el mercado de las bicicletas de segunda mano y de ocasión tampoco tiene mucho éxito. Parece ser que la gente prefiere que su bicicleta tenga un poco más de rodaje y las compra de tercera o cuarta mano.

‘Comprar’ una bicicleta de tercera o cuarta mano es algo así como una gymkhana porque la tienda no tiene un local fijo. Al contrario, se encuentra esparcida por toda la ciudad, y únicamente abre por las noches. Eso sí, toda la noche. Además su sistema de venta es al más puro estilo IKEA: tú te la buscas, tú te la montas. Lo mejor de todo es que las bicicletas solo te cuestan lo que te cueste la reparación. Lo cual deriva en que todas las tiendas de bicicletas nuevas te venden además repuestos para las viejas y tienen un taller de reparación porque el negocio está ahí: en reponer y reparar, porque nadie compra bicicletas en Ferrara.

Así que visto este panorama, a La chica que va de acá para allá y a mi nos iba entrando una creciente ansiedad por ‘comprar’ nuestras bicicletas de tercera mano. La cuarta noche cuando casi toda la colonia española se había hecho con la suya no aguantamos más y nos fuimos a por la nuestra. ¿A que son bonitas?

PD: Acabo de pensar que a este paso dejaré de ser un ex-presidiario.

¿Entre los más buscados?

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