miércoles, 13 de octubre de 2010

En el jardín de los Finzi-Contini

Capítulo IV: La burocracia italiana

Una vez instalados en Ferrara y con transporte asegurado, tuvimos que resolver distintos problemas de despachos. El más elemental de todos era el ‘codice fiscale (una especie de empadronamiento que el gobierno italiano exige para tener controlado quien vive en sus fronteras. Se pide para firmar cualquier tipo de contrato). que amablemente nuestro casero –su madre mediante- nos resolvió por ser demasiado fatigoso para unos recién llegados a Italia. No obstante este no era el único paso burocrático que nos tocaba dar. La chica que va de acá para allá debe vacunarse mensualmente para poder sobrevivir al estrés de compartir piso conmigo y necesitaba de alguien capacitado de forma oficial. Algo así como un médico o un enfermero, imagino.

Así pues nos fuimos al hospital de Ferrara a ver quien era el guapo que se atrevía pinchar a La chica que va de acá para allá. Cuando entramos en el vestíbulo nos quedamos con la boca abierta:

La Chica Que Va De Acá Para Allá: Madre mía, parece un museo.

Josef: Es que los italianos tienen un terrible necesidad de hacer de cualquier cosa algo monumental. El otro día entré en el baño de la facultad y tenía una bóveda de cañón con casetones y pilastras adosadas. Todo esto rematado con altorrelieves barrocos, claro.

Sin embargo cuando pasamos del vestíbulo la impresión fue distinta. Como que toda esa famosa monumentalidad italiana se borraba:

Josef: Por dios, si parece un búnker de la Segunda Guerra Mundial.

LCQVDAPA: O de la primera…

Fuimos a la oficina de servicio al público que nos mandó al jefe de enfermeros que nos mandó a la oficina central que nos mandaron a la torre más alta del castillo más oculto de la montaña más lejana. Así es la burocracia italiana. Pretenden prever cada situación posible por lo que te piden hacer mucho papeleo. No quieren que nada quede al azar. Y para todo ello tienen un sinfín de departamentos, comúnmente descoordinados que no se conocen entre ellos y no se aclaran. Unos te dicen: si, este papel vale y otros te dicen que ese papel no te vale ni para limpiarte los mocos.

El caso es que esa bonita mañana de septiembre en la que buscábamos alguien capacitado para ponerle la vacuna a La chica que va de acá para allá comenzaba a parecerse a esa prueba que mis adorados Astérix y Obélix tuvieron que sufrir en sus particulares Doce Pruebas (escena que tanto gusta César Noragueda). Así que para superar nosotros tan difícil prueba tuvimos que hacer como los héroes galos. No dejarnos marear y marear nosotros a los burócratas del imperio romano, en este caso, italiano. Todo fue fruto del famoso furor impulsivo de La chica que va de acá para allá, que ya me imaginaba a mi poniéndole la vacuna sin mucho tino. Harta de buscar formularios imposibles comenzó a perseguir a cada funcionario que se le cruzaba hasta que le daban una solución válida. Y así a golpe de furia y de grito, consiguió un flamante médico de cabecera al que acudir para ponerse la vacuna y cuando estemos malitos.

Veremos si para verle no nos exige el vellocino de oro.

2 comentarios:

AnitaFu dijo...

Dios! Me recuerda demasiado a mis primeras semanas en Argentina... Sobre todo porque también nos comparamos con las Doce Pruebas y porque dijimos que para obtener la visa de estudiante teníamos que ir con el vellocino de oro, el mono de jade y un mapa de la Atlántida por triplicado. Al menos dad gracias de que estáis en la Unión Europea!

César dijo...

En realidad, me gusta más la escena de la llanura de los muertos, pero no espero que viváis una experiencia similar para que hagas referencia a ello... O sí.

César

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